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Foto EE: Archivo |
Al ingresar a la tienda, el sonido local disipaba la duda: la empresa ofrecía ponche caliente y pan dulce gratis para todos aquellos que esperan el inicio de la campaña El Buen Fin.
“¿Ya escuchaste?, Háblale a tu mamá y pregúntale si nos formamos", sugirió un señor a su hija. “¡Falta un montón, yo no me quedo!", dijo otro a su esposa. “Hay que hacer tiempo", pidió una señora a su marido. “Hay que ver si hay buenas ofertas”.
LA EXPECTATIVA
La curiosidad estaba latente entre clientes y empleados de la tienda. A lo largo de algunos pasillos había islas de mercancía cubierta con plásticos negros. Encima de éstas, unos globos rojiblancos que anunciaban un precio hacían crecer la duda. “¿Qué será, mami?”, preguntó una niña, mientras intentaba encontrar un orificio por dónde mirar.
“Son estéreos o grabadoras”, reveló un grupo de chicas ante una isla de producto que no estaba cubierta en su totalidad. “¿Qué más habrá? En el folleto se ven puras pantallas“, le dijo un joven a su amigo.
El sonido local contribuyó a generar la expectativa: cada cinco minutos anunciaba la cercanía del inicio del Buen Fin. También invitaba a los clientes a acercarse a las islas, colocar sus carritos en un lugar específico y no dejar pertenencias de valor en ellos.
Como quien espera la develación de una estatua, la gente se congregó más aún en la sección de entretenimiento, donde anaqueles cubiertos con grandes lonas negras hicieron más larga la espera. Mezclados entre el público, fotógrafos y empleados de Walmart se preparaban.
“Tercera llamada, tercera llamada”, advirtió el sonido local. La ansiedad comenzó a cundir. “¿Qué modelo me dijiste?”, preguntó una mujer.
Otra vez el sonido local: las cajas permanecerán cerradas y abrirán 15 minutos después de las 12 de la noche.
“Faltan dos minutos”, gritó una adolescente. El sonido local pide a los empleados tomar sus puestos.
INICIA EL BUEN FIN
Cuando faltaban 10 segundos, las voces se elevaron al unísono y como en un concierto de rock corearon la cuenta regresiva del sonido local. “Diez, nueve…”, algunos gritos de emoción se escucharon, “ocho, siete…”, los fotógrafos se alistaron, “seis, cinco…”, el locutor encontró simpatía con un coro de voces que se le une: “cuatro, tres…”, silbidos, gritos, incluso aplausos, algunos flashes, la gente ansiosa. “Dos, uno…Ceeeroooo… ¡Bienvenidos a El Buen Fin!”.
Los fotógrafos dispararon demostrando su profesionalismo, los empleados trataron de mantener la calma ante la multitud de clientes, que comenzó a coger cajas a diestra y siniestra.
Parecía que reinaría el caos, pero la concurrencia comenzó a organizarse voluntariamente: “Mire, si quiere le paso una de éstas”, ofreció una chica a la mujer que empujaba detrás de ella. “¿Me permite tomar la caja de abajo?”, preguntó otra, “Sí, claro, pase, yo ya me voy”, respondió amable su interlocutor.
En otras islas, la respuesta fue menos tumultuosa, pero efectiva: “Ya se acabaron las motonetas. Mira, ese señor lleva la última!”, exclamó un cliente.
Como era de esperarse, las cajas registradoras se colmaron de gente, que con carritos llenos de ofertas y de compras habituales, se tornó impaciente. A algunos se les acabó el ánimo por las compras, otros hablaban de lo bien que compraron, unos más sobre cómo se vieron envueltos en el calor del momento.
“Yo no iba a comprar nada, pero en lo que abrían las cajas me traje unas películas bien baratas”, comentó un joven a su compañera. “Yo acabo de encontrarme unas tenazas para el cabello”, le respondió.
apr
eleconomista.com.mx
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